Acné: puntos negros y puntos blancos

Entender los entresijos del acné, conocido popularmente como espinillas y puntos negros, nos adentra en el complejo mundo de esta afección cutánea.

El acné vulgar, también llamado juvenil, se posiciona como una de las condiciones dermatológicas más extendidas a nivel global. Se estima que alrededor del 85% de los adolescentes padecen alguna forma de acné, y aunque es más prevalente durante la adolescencia, hasta un 10% de las personas mayores de 50 años reportan la presencia de puntos negros y lesiones acneicas.

Aunque suele acarrear pocas complicaciones médicas, el acné, especialmente en su manifestación facial, puede mellar significativamente la autoestima y la interacción social, particularmente en casos más severos. La ausencia de tratamiento o el empleo de terapias inadecuadas pueden dejar secuelas como manchas y cicatrices que afectan la apariencia cutánea.

¿Cómo surge el acné?

El acné vulgar emerge como una patología de los folículos pilosebáceos. Para comprenderlo:

Los folículos pilosebáceos residen justo debajo de la superficie cutánea y se hallan en gran número en el rostro, la espalda y el pecho. Estos compuestos por un folículo piloso, de donde emana el pelo, y una glándula sebácea, encargada de secretar sebo, una sustancia oleosa que nutre la piel.

El proceso de formación del acné se inicia cuando el canal del folículo se obstruye, impidiendo que el sebo se libere en la superficie cutánea. Esta obstrucción suele acontecer cuando hay un exceso de producción de sebo asociado a la acumulación de células muertas de la epidermis. Esta amalgama engendra una suerte de tapón conocido como comedón. Cuando se exprime un punto negro, la sustancia blanca que emerge junto con el extremo negro no es más que el comedón.

Durante la adolescencia, el incremento de las hormonas sexuales incita una mayor producción de sebo por parte de las glándulas sebáceas, facilitando la formación de puntos negros.

Los comedones proporcionan un medio propicio para una bacteria, Propionibacterium acnes, que normalmente habita en la piel. Esta bacteria invade el folículo, alimentándose de los lípidos sebáceos, multiplicándose y ocasionando la infección del folículo pilosebáceo. A partir de este punto, el punto negro se transforma en un grano, compuesto por el comedón y una bolsa de pus circundante.

Los pacientes con acné severo son aquellos cuyas glándulas sebáceas reaccionan de forma hiperactiva a las hormonas sexuales, particularmente a la testosterona.

¿Qué desencadena el acné?

Como ya se ha mencionado, los cambios hormonales son los culpables de estimular las glándulas sebáceas y promover la formación del comedón. Los factores genéticos también intervienen en determinar quiénes manifiestan una mayor o menor predisposición ante este estímulo hormonal.

Por consiguiente, no sorprende que adolescentes, mujeres embarazadas, individuos con fluctuaciones hormonales asociadas a cambios en los anticonceptivos, mujeres con síndrome de ovario poliquístico y usuarios de esteroides anabólicos presenten un mayor riesgo de desarrollar acné.

Ciertos fármacos, como los corticoides (cortisona), al ser estructuralmente análogos a las hormonas sexuales, también propician la aparición de granos y puntos negros.

Los productos cosméticos y sustancias a base de aceite pueden favorecer la aparición del acné. Se recomienda optar por productos a base de agua, denominados no comedogénicos.

A pesar de ser una creencia extendida, no existe evidencia que respalde una relación entre la dieta y el acné.

Otro mito común es que el acné se desencadena por una mala higiene cutánea. Aunque lavar la piel con agua y jabón efectivamente reduce el exceso de grasa, no previene la producción de sebo por parte de la glándula sebácea. Frotar enérgicamente la piel puede incluso agravar las lesiones acneicas.

Esto no implica que debamos descuidar la higiene diaria con jabón, simplemente no debemos esperar que esto solucione el problema del acné.

Los periodos de estrés psicológico parecen contribuir a un empeoramiento de las lesiones acneicas.

En mujeres con sobrepeso, deben considerarse trastornos del ciclo menstrual, distribución anormal del vello y acné, como el síndrome de ovario poliquístico.

Clasificación y manifestación del acné.

El acné es más frecuente en áreas con mayor presencia de glándulas sebáceas, como la cara, el cuello, la espalda, el pecho, los hombros y la parte superior de los brazos.

La gravedad del acné se clasifica en:

Grado I: predominio de comedones y ocasionalmente algunas pústulas (granos).

Grado II: mayor cantidad de comedones y pústulas, especialmente en el rostro, con riesgo de cicatrización.

Grado III: numerosos comedones y pústulas distribuidos en el rostro, hombros y tronco. Pueden aparecer nódulos y quistes. La presencia de cicatrices es frecuente.

Grado IV: abundantes quistes y nódulos, con cicatrices graves presentes.

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